¿Cómo viven las hormigas? David siempre tenía esa pregunta metida
en la cabeza. Lo sé porque David es mi mejor amigo. Y además un pesado de
morirse. Más por esto segundo que por lo primero. No había día que no me
preguntara la misma cuestión y no había día que no le contestara lo mismo…”Metete
tus hormigas por donde te quepan”.
Ayer David, un chico lo bastante mayor como para imaginarte
que su mayor preocupación existencial eran las hormigas y su modo de vida,
salió de casa como todos los días. Y como todos los días se dirigió a su
trabajo. Y como todos los días fue repasando mentalmente la multitud de clases
distintas de hormigas que existen en el mundo. Pero al llegar al trabajo, no
entró como todos los días, sino que se quedó inmóvil en la puerta de entrada,
justo después de subir tres largos escalones observando la junta de unas
baldosas y el hueco que había entre ellas. Un hueco lo bastante grande para que
cientos de hormigas se organizaran en torno a el, y filas enteras entraran y
salieran del interior como auténticos soldados de guerra. Imagínese, querido
lector, a David de pie, hipnotizado, siguiendo con la mirada a esas filas de
insectos completamente jerarquizados y trabajando en un mundo mejor e imagine
su cara de satisfacción, sus ojos como platos y su lengua bordeando sus finos
labios relamiéndose, tratando de visualizar mentalmente la cantidad y formas de
túneles y pasadizos secretos que sus queridas hormigas han construido justo
debajo de sus pies y a la entrada de su trabajo.
David miraba una hormiga de tantas, la miraba porque justo
esa hormiga se salía de la fila y como todo lo que se sale de lo normal nos
escandaliza y nos llama la atención, pues la miró. La hormiga debió de
despistarse del grupo o si no, y es una bravuconada por mi parte pensarlo, quería
hacer la guerra por su cuenta y llevarse las medallas de la reina. Iba derecha
a una araña. Debo aquí decir que el tamaño de esa araña era el triple que
nuestra querida Ulises u hormiga héroe y que las probabilidades de que huyera
con el rabo entre las piernas y sin mirar atrás eran grandes. ¿Qué hizo nuestro
querido amigo David ante semejante situación? No, irse no, y menos con el espectáculo
que tenía ante sus ojos, y reconducir a
la hormiga a su fila tampoco, no. Lo que hizo fue arrastrar y ayudar a la
araña, a la pobre araña cuyo único infortunio fue pasar por ahí en ese momento
y permanecer inmóvil, al abismo del
hormiguero e introducirla dentro. Lo hizo con el pie, dando pequeños golpecitos
con el lateral del zapato y chutando a portería con cierta puntería. La araña desapareció,
cayó en el agujero. David se puso de cuclillas sin perder detalles de su juego
de piernas. Esperó inquieto hasta que una pata asomó seguida de otra. Ya la
araña veía la luz, su salvación y redención estaban próximas. La araña luchaba
rodeada de pequeñas hormigas las cuales mordían, empujaban, tiraban y puteaban
a la valiente e inoportuna araña. ¿El pensamiento de la araña? No sabría
decirlo. ¿Mi pensamiento? Cagarme en los muertos de quien me tiró derecho a la
muerte. Al ver que la araña lograba salir por sus propios medios y porque no
decirlo “huevos”, David pensó, en un alarde de inteligencia sublime, que no era
suficiente con tal demostración de coraje, fuerza y valor por parte del
arácnido y decidió cual Dios venido del cielo, volver a empujarla dentro.
Pasaron unos minutos, David seguía disfrutando
como un niño sin apartar la mirada del agujero,
del barranco infernal en el que había convertido el hormiguero para la araña. De
nuevo esta asomaba, a duras penas lograba ascender, lenta y angustiosamente con
no menos de ocho hormigas tirando de ella hacia las profundidades. Ya sin un
par de patas, arrancadas vilmente por sus captoras, la araña se arrastraba
hacia la luz y la vida. Pero de nuevo ahí estaba David para con un leve toque
de dedo robarle las pocas esperanzas de sobrevivir y lanzarla por tercera vez
al hormiguero. David por entonces salivaba como un perro, tragaba saliva y se
meneaba feliz por tan miserable hazaña y demostración de poder. Por fin ayudaba
a sus amigas las hormigas y presenciaba un acoso y derribo sin
precedentes. A esas alturas ya no había
muestra de araña alguna, y ya habían pasado no menos de cinco minutos, lo que hizo suponer a David que a la tercera
fue la vencida, que la araña ya era parte del menú primavera verano de las
hormigas y que su cometido allí había llegado a su fin. Alzó la cabeza y se
incorporó para marchar al trabajo. Pero ohhh…sorpresa, sus piernas no se
alzaban más de un palmo del suelo, sus brazos se multiplicaron de momento por
dos, al igual que las piernas, se confundían unas con otras y hacían un total
de cuatro por cada lado del cuerpo, su cabeza no alcanzaba a mirar más allá del
suelo y donde antes veía una pequeña fisura entre baldosas ahora vislumbraba
una gran falla semejante a una cascada sin fin. Blanco y sudoroso David procuró
despertarse, frotarse los ojos, salir corriendo o despertarse de esa pesadilla
en la que se veía inmerso. Cientos de hormigas del tamaño de su propio cuerpo
se acercaban acechantes dispuestas a devorarle. Mordiéndole en cada una de las
patas, cabeza y abdomen David fue arrastrado y tragado por sus propias amigas las hormigas siendo sepultado en su amado objeto de
misterioso estudio.