Hoy iré a cenar, a cenar a un restaurante. El restaurante
será de color rojo, no tendrá techo y se verá la luna en todo momento. Pediré solomillo
vivo, con patas, pero no tendrán. Así que me conformaré con solomillo ya muerto y con
salsa de color marrón. Los camareros dispuestos en fila india atenderán a cada
mesa de forma individual y se acercarán a ella a cuatro patas ya que tendrán
forma de cebras. Hablarán el lenguaje de las cebras. Yo no entenderé nada pero
ellas sabrán bien cuáles son mis deseos. La luz de la luna crecerá, se hará más
grande y más luminosa hasta cegarme los ojos a la hora del postre. Un magnífico
puré de melocotón y verduras el cual tomaré dando pequeños sorbos por la nariz
y que dejaré sin terminar. A la hora de la cuenta y pagar se acercará a mi mesa
el encargado. Un caballero vestido con un traje negro y camisa blanca, impoluto
y con cara de tigre de bengala. Yo sacaré la lengua, reflejo innato y atraparé
una mosca posada sobre la manga del traje negro del encargado. La masticaré y
tragaré a la vez que el tigre de bengala me dice que no me preocupe, que invita
la casa. Me hablará en perfecto castellano y yo entonces meteré las manos en la
sopa del puré, primero un dedo de cada, después otro dedo, ya van dos, a
continuación tres, cuatro y cinco. La masa de melocotón y verduras comenzará a
rebosar del plato, me llenará las piernas, los brazos, toda la sala y
restaurante comenzará a inundarse de ese líquido pastoso. Las cebras saldrán
por la puerta de dos en dos. Se tropezarán bloqueando la salida. El líquido
subirá por las paredes. La luna en ese momento ya hará de techo del restaurante
y todos perecerán en ese bonito acuario rojo mientras yo daré golpecitos con
los nudillos sobre el cristal de mi ventana.
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