¡La
libertad está en el interior de cada uno! El canto de los pajarillos resonaba
en los muros, rebotaba como eco en una montaña, la sinfonía evocaba otros
escenarios, otros tiempos, otras historias vividas, evocaba un bosque florido,
y un arroyo plateado y el rumor de una pequeña cascada, y el zumbar de unos
insectos, la calidez de una brisa, el temblar de las hojas de los árboles,
altos y frondosos, apuntando un cielo azul como el océano al mediodía, sin
nubes perturbadoras, sin viento, cielo limpio de estorbos, algún vuelo de unas
águilas en círculo, como rito tribal, acechando su presa, un pequeño conejo que
se esconde, que da saltitos hasta su madriguera, pero no la encuentra y se
mueve casi sin rumbo, sin encontrar su agujero. Perseguido sin sospecharlo o
si, ciclo de la vida ¿qué vida?, parte de un engranaje caótico, imperfecto pero
seguro, o perfecto, es lo mismo, la vida, júbilo que pasa tan fugaz como un
abrir y cerrar de ojos, inexplicable para el hombre que se lo pregunta, ¡cuán
felices si no pensáramos, si no divagáramos con nuestra filosofía, con nuestros
platones y Aristóteles y todos los ilustres pensadores. Pensar ¿para qué? La
rata no piensa, el conejo corre y come, y salta y huye del águila o del zorro,
sin pensar. El canto venía de fuera, cruzaba la ventanita, pequeña apertura
crucificada de barrotes, e inundaba la celda con su melodía de salón. Ópera de
cámara, resurgir de cantares, renacimiento de otras mañanas. Al prisionero le
recordaba a los despertares en el campo, a la ventana abierta por donde
penetraban los rayos de sol como espadas afiladas, puntuales, los primeros que
le acariciaban la cara, le calentaban el cuerpo, las sábanas, le recorrían el
cuerpo como caricias de mujer, de su mamá que lo llamaba para desayunar. Ya el
piar de los pájaros sonando, melodía sublime para el entonces niño, se quedaba
remoloneando en la cama, despierto, solamente escuchando, empapándose de los
sonidos que poco a poco lo despertaban, los pájaros, el sonido de la cafetera,
su mamá llamándole…en la celda ahora el mismo sonido, trompetas del ayer,
¿encerrado? Recordaba las carreras hasta el arroyo, el frescor de la hierba al
rozarle las pantorrillas desnudas, las salpicaduras de esa agua fría al
pisotear la orilla, ¡cómo disfrutaba! ¡Cómo disfruta ahora, recordándolo en la
celda, viviéndolo en la celda! Casi podía volar, ¿había volado de verdad? Ahora
sí, ahora caminaba sobre el agua, sobre el arroyo que se le extendía como
alfombra roja, pasarela que lo elevaba, que lo llevaba lejos, sus pies de
repente no tocan el arroyo, flota en el aire, vuela como un ave poderosa, ¿ave fénix?
Resurgido de sus cenizas, de la celda que lo mantiene preso, ¿encerrado? Para
ti que lo ves a través de los barrotes puede que sí. Para él, místico renovado,
no. Él es libre y está lejos de allí. Está volando, y es feliz. La inscripción
lo ponía claro; “la libertad está en el interior de cada uno”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario