En realidad no sé como comenzar. Las
diecinueve y cincuenta y nueve de la tarde. Folio en blanco, mente en blanco y
sin embargo tengo algo que contar. Normalmente las palabras surgen solas, una
tras otra, sin demora, mecánicamente. Hoy no. Hoy avanzo entre el barro, metiendo hasta las rodillas a cada
paso, hundiéndome poco a poco y haciendo un esfuerzo mayúsculo por alzar la
pierna y continuar. Un paso más y ya van tres, cuatro… No veo la orilla, el
otro extremo, y sin embargo no puedo
mirar atrás, avanzar, avanzar… y no volver la cabeza, no mirar atrás. Mirar atrás es hundirse. No se vive mirando el
pasado, al igual que no se puede mirar atrás. Un despiste y zas, la tierra te
traga, te engulle, el límite son las rodillas. Es peligroso que esa mezcla de
tierra y agua, ese lodo espeso como una tarta de chocolate sobrepase tus rodillas.
Por eso lucho. Por eso no miro atrás y avanzo hacia adelante. ¿Qué hay adelante?
Seguramente un punto y aparte, o un punto y final, un abismo muy grande. Un desfiladero muy estrecho por el que
avanzas hasta caerte…
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